«Nací el 27 de marzo de 1905 en un caserón en la calle Sarmiento que lindaba con el Teatro Politeama.

Mi padre, Angel, actuaba en las compañías líricas de la época; se destacaba como violoncelista y como interprete de pequeños papeles en algunas operas. En ese tiempo la lírica tenia mucho auge, como ahora el cine. Había nacido en Cremona, la ciudad Italiana de Stradivarius, famoso fabricante de violines, primo de mi padre. Mi tío también era Luthier. Celestina Guglielmino, mi madre, también tenia un gran talento musical. Me hice pintor porque no pude ser cantante. Si supieran la envidia que les tengo a las personas que cantan o tocan un instrumento.

Cuando tenia cuatro años, mi padre me llevaba a los ensayos; retengo esa imagen del escenario, de esa luz especial que provoca un tipo de tonos y sombras particulares.

Unos años después, durante mi época de colegio primario, comencé a fabricar teatritos de títeres, movía personalmente los hilos, escribía funcionales obras de teatro y cobraba un centavo por función.

A mis quince años nos fuimos a vivir a Villa Crespo, donde mi padre compró un terreno y levantó una casita. Allí empecé a pintar. Recuerdo que la primer copia que hice fue sobre un cuadro de Quinquela Martin reproducido por Caras y Caretas. Tenia un espacio en mi cuarto donde hacia experimentos, llegue a inventar un teleobjetivo rudimentario.

Al año siguiente viajé por primera vez a Italia, llegamos a Hamburgo, luego Berlín, Austria y entré a Italia por Venecia, vía Viena. La Piazza San Marco, los mosaicos, las iglesias, las calles, los edificios públicos me impactaron; Venecia me hizo pintor.

En ese viaje visitamos Pinceto, el pueblo de mi madre. Me propusieron hacer un fresco en la capilla San Fermín, una capillita romántica del siglo XI. Pinte al fresco por primera vez, con mucha adrenalina, sobre su portal, la imagen del santo.

Estudié en la academia de Brera en Milán. Camilo Rapetti, mi profesor de dibujo me reprobó el primer año. Quise dejar. Quería pintar, no quería dibujar, pero elegí el camino del esfuerzo. Con los años me di cuenta de que Rapetti fue mi gran maestro.

Viví cinco años en Milán, dibujaba publicidades para mantenerme.

Al finalizar mis estudios expuse en Trieste y saqué el primer premio para pintores jóvenes con “Retrato de un pintor Armenio”.

Regresé a Bueno Aires en 1933 y al poco tiempo presenté un cuadro en el Salón Nacional que quedó afuera. Había una sala B con los rechazados. Un día frente a mi cuadro estaba parado un hombre que exclamaba: “como han rechazado este cuadro si es muy bueno!”. Ese hombre era Spilimbergo. Gran manera de conocerlo!

Comencé a trabajar para Argentina Sono Film pintando los decorados de las películas de Sofficci, Luis cesar Amadori, Daniel Tinayre entre otros. Eso me distrajo mucho, llegué a hacer tres escenografías a la vez. La paga era mensual, no por película. Trabajaba de siete a siete. Recién a la noche entre la una y las cuatro de la mañana encontraba tiempo para pintar mis cosas. Es lo que los críticos llamaron “periodo amarillo” pero que debería haberse denominado periodo de las vacas flacas. La luz artificial tapaba el amarillo, entonces había que cargar mucho la paleta de ese color.

Lograba vender algunos pocos cuadros a través de mis amigos Jorge Larco y Gonzalo Losada. Pero eso era tan solo un ingreso extra. No me permitía vivir de mis pinturas.

Igual seguía pintando y me sentía contento. Una válvula de escape que tenia junto con mis colegas era cuando nos invitaban a hacer vidrieras de Harrod´s. Nos reuníamos todos ahí y nos divertíamos muchísimo. Muchas veces íbamos a la casa de Oliverio Girondo donde comíamos unas sopas que preparaba Norah Lange y que tardaba como ocho horas en tenerlas listas. Se llamaban bouillabaise.

En 1940 me otorgaron una beca para estudiar escenografía en Estados Unidos. Me encargaron que llevara a Hollywood una reproducción de un cuadro de Atilio Rossi, gran amigo. Debía buscarla por editorial Losada. La mujer que me la entregó fue Estela Gaitán, quien años después se convertiría en mi mujer, la madre de mis dos hijos y quién me llevaría finalmente a dejar el cine y vivir de mi propia obra. Ella fue fundamental en mis últimos cincuenta años.

En New York Alma Reed me organizó una exposición que fue muy bien recibida.

A mi vuelta a Buenos Aires envié mi obra a salones nacionales y provinciales y obtuve muy buenas criticas.

En 1945 trabajé en la realización de escenografías y los trajes de una de mis grandes pasiones: el teatro. Más precisamente en el Teatro Colon en las obras “La Boheme”, de Puccini; “Las mujeres sabias”, de Moliere; “Orfeo”, de Handel entre otras.

Ese mismo año me casé con Estela y presenté una exposición individual en la galería de la tradicional librería y papelería Péuser en la que vendí varios cuadros a muy buen precio. Fue ahí que sentí, por primera vez en mi vida, que el éxito me llegaba. Arrancaba mi tiempo de cosecha.

Alcides Gubellini y Gonzalo Losada editaron un libro dedicado a mi obra. Y recibí varios primeros premios en los salones nacionales y provinciales.

Fue entonces que Estela me hizo comprender dónde estaba mi destino, me comprometió todo su apoyo ante previsibles contratiempos económicos, y con femenina decisión, esa que no admite replicas, me dijo – basta de cine, a pintar todo el día -.»

DIARIO DE VIDA

1953 Comenzó a trabajar en los frescos de la Iglesia Santa Ana de Glew

 

1966 Se inauguró la Cúpula del Teatro Colon redecorada por Soldi

 

1968 Viajó a Israel para pintar un fresco en la Basílica de la Anunciación, en Nazareth, trabajo que le llevó 60 días

 

1970 Viajó y expuso en Rumania con gran éxito y numeroso publico

 

1971 Realizó un mosaico en la iglesia San Isidro Labrador

 

1973 Su obra Santa Ana y la Virgen ingresó a la galería de Arte Sagrado del Vaticano

 

1976 Comenzó a pintar paisajes de Tres Arroyos, Provincia de Buenos Aires

 

1977 Se mudó a su casa en el barrio porteño de Núñez

 

1979 En la Catedral de la ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires, colocó su mural cerámico: Santa Fiorentina

 

1979 Construyó la Fundación Santa Ana de Glew, donde donó gran parte de su obra. (hoy en día Fundación Soldi)

 

1983 Inauguró en Castelar el mural de Santa Magdalena

 

1989 Realizó el mosaico “Camerata Bariloche” que fue emplazado en el museo del Parque de Portofino, Italia

 

1990 La Galería de Arte Moderno de Milán incorporó a su colección un autorretrato de Soldi

 

1991 Realizó un mosaico destinado a la Fundación Favaloro

 

1992 Se realizó un homenaje a Soldi en el Palais de Glace, donde se expusieron mas de 210 obras. Concurrieron 500.000 personas, record para un artista Argentino

 

El 21 de Abril, falleció en Buenos Aires, a los 89 años de edad

FRAGMENTOS

“Es lindo caminar veinte, treinta cuadras por día”. Así comienza sus jornadas Raúl Soldi: caminando, tomando un té o un mate, escuchando Bach o Beethoven, recorriendo la paleta de colores, releyendo un libro de arte, sumergiéndose de a poco en ese mundo intimo de imágenes “Después, a eso de las diez de la mañana almuerzo sobriamente, trazo unos bocetos, a las doce me acuesto a descansar lo que llamo una siesta creativa porque sueño; sueño imágenes, colores… a las dos me levanto y en mi taller trabajo dos o tres horas con modelos. Luego si hace frio, me pongo el sobretodo, la bufanda, dos pulóveres, la boina y tomo el tren aquí en la puerta de mi casa.” Cuando Raúl Soldi atraviesa la ciudad a las cuatro o cinco de la tarde rumbo al taller de telares de la galería El Sol, ya ha dejado atrás la bucólica paz de su barrio Rivadavia y acepta el desafío del trabajo al que se ve enfrentado con el tapiz.

 

Fragmento de una nota para la revista Clarín del 17 de Septiembre de 1978 mientras confeccionaba los tapices con los motivos de la cúpula del Colon

 

 

 

 

“A los ocho años yo fui el astronauta de mi barrio. Como tenia un primo que era mecánico de aviones logré volar por primera vez siendo un pibe. Aun recuerdo la paliza que me dio mi madre. Claro, no me dolió porque había logrado lo que realmente buscaba: asombrar al barrio. Muchos años mas tarde, siendo ya un pintor profesional, comprendí que asombrar no era, bajo ninguna circunstancia, la respuesta correcta. Por eso no soy de los que pretenden inventar la pintura todos los días(…) 

(…) El mal de nuestra cultura, y tal vez de nuestro país, es el exceso de individualismo. Cada cual piensa en sí mismo. No hay espíritu de grupo. Existe también el problema del dinero. La gente en general habla constantemente de dinero. Es una especie de locura. Hoy si me preguntan cual es mi mejor obra, yo diría que la escuela para adultos que funde en Glew. Hombres y Mujeres que ya son padres están aprendiendo a leer y escribir. Es mi aporte a los demás (…)

(…) A mis 72 años, sigo conservando costumbres de mi juventud: tomar largos mates, me levanto de golpe en medio de la noche y retoco un cuadro, grito cuando termino una pintura y bailo solo si me sale bien. Los fines de semana salgo con mi cámara a filmar lugares y personas. Muchas tardes voy a la iglesia de San Isidro y me siento a meditar. Ahí me siento en paz.”

 

Fragmentos de una nota para la revista Somos del 6 de Mayo de 1977

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